lunes, 23 de noviembre de 2015

La basura que genera tomar un café (el porqué de mis decisiones frente a la percha)

Ojos que no ven, corazón que no siente. Y con la basura no puede ser más cierto. El lío con los desechos es que nadie los quiere ver, y como se los esconde, no existen. Y como no existen, es muy difícil estar consciente de los problemas que pueden generar después de que los sacamos en una funda a la calle. En mi caso, el proceso tomó unos tres años, pero básicamente fueron tres momentos los que me hicieron ver la basura de otra manera.

El primero fue cuando, como parte de un trabajo, durante una entrevista sobre la generación de desechos, un ingeniero ambiental me pidió que analizara la basura que estaba generando en ese momento al tomar un café. Al principio no entendí, pero, al bajar la mirada, sobre la mesa me topé con el vaso de un tipo de espuma, su tapa de plástico, el cartón corrugado para no quemarse, la servilleta de papel, el mezclador de plástico y los sobres plastificados del azúcar. Seis cosas de al menos tres tipos de material que casi ocupaban el mismo volumen del café que estaba tomando. Así de simple, así de práctico. Ya no recuerdo qué más me dijo aquel especialista pero con ese ejercicio fue suficiente. Me di cuenta de que incluso sin darme cuenta generaba desechos (imaginen el ejercicio con un combo de hamburguesa o una pizza).




Desde ahí empecé una política de no empaques ni fundas innecesarios (rechazar las fundas de plástico que los cajeros en este país tienen la costumbre de enchufar como cortesía). ¿Cuán efectiva es esta política? Pues se mide en la cantidad de empaques que regresan en mi mochila cada día porque, salvo que un desecho esté tan sucio que se vuelva imposible de transportar, trato de llevar toda la basura que genero durante el día de regreso a mi casa (no confío en los tarros de separación de basura de sitios públicos porque varias veces he visto que finalmente todo termina mezclado. Sería un lavado de conciencia que no me convence). Así, mientras menos empaques y fundas acepto, menos cargo. Y es que cargar los desechos propios es parte, no solo de hacerse responsable de ellos y su destino, sino también de tomar conciencia de su volumen.

Esa lección la aprendí en una comunidad aislada de pescadores en Manabí cuando la profesora me dijo que prefería cocinar con ramas secas antes que con gas porque le era muy difícil transportar el tanque los kilómetros que separaban el caserío de la carretera y que algo similar le pasaba con la basura, que por eso evitaba los plásticos, los cuales no podía enterrar ni quemar (como hacía con los restos orgánicos o el papel) y debía almacenar para luego llevarlos (a pie o en camioneta si tenía suerte) a botar en el basurero de la carretera. Su visión era la de alguien que no tiene la comodidad del carro recolector, de alguien que a diario se hace cargo del destino y volumen de su basura. De alguien que sabe que el problema de la basura no lo soluciona al ponerla en el tacho (lo entendí más claramente cuando vi el tamaño de la bolsa con los desechos que había generado yo en los cuatro días que estuve en esa comunidad, y tuve que llevarlos al basurero de la carretera). Entendido esto, no me extrañó encontrarme tiempo después con un grupo de madres de familia de Calderón que preferían compostar sus desechos orgánicos a cargarlos por una larga cuesta intransitable hasta el basurero más cercano. Y es que a veces no es la conciencia ecológica la que sostiene los hábitos ecológicos, son el sentido común y el ahorro de esfuerzo.

El tercer momento fue cuando visité durante una mañana el relleno sanitario de mi ciudad. Sin importar cómo se maneje el lugar o lo que hagan para tratar de mejor manera la basura, salí enferma, con dolor de cabeza, náusea y molestias en el estómago (ni el soroche me ha hecho sentir peor). Me tomó toda la tarde dejar de percibir el olor dulzón de la basura impregnado a mi nariz y volver a sentirme bien. De corazón entendí que, salvo por el basural clandestino, no había peor destino para un desecho que ese. Y mi basura iba a ese lugar, por lo que también era mi responsabilidad. Desde ese día decidí que el relleno sanitario debía ser la última opción y para lograrlo debía retomar el control sobre la basura que generaba.

Empecé buscando qué destino responsable le podía dar a mis desechos: plástico de varios tipos, papel, cartón, metal, vidrio, tela, restos orgánicos, baterías, focos... Así di con las listas de gestores ambientales, pero estos, aunque prácticamente reciben de todo, no siempre son accesibles ya sea por su ubicación o por la cantidad mínima del desecho específico que reciben. Además, no podía pasarme el día buscando qué hacer con cada tipo desecho. Entonces decidí invertir la lógica: en lugar de buscar un destino para cada desecho, busqué aquellos productos envasados en los materiales que más fácilmente pudiera descartar responsablemente.

Así quedó una adaptación informal de las tres R:

1.      Reducir: Si genero menos desechos, debo buscar un destino responsable para menos desechos. Menos volumen, menos tiempo, menos trabajo.
2.      Reutilizar: Si hay un envase que necesito o me sirve para otra cosa, lo elijo.
3.      Reciclar: Separar plástico, papel, cartón y metal en buenas condiciones para dárselos al gestor.
4.      Relleno: Lo que no pueda entregar a un gestor debe ser lo más pequeño y comprimible posible para que ocupe el menor espacio en el relleno sanitario.
 Puede esto parecer engorroso, pero tras un simple análisis de las perchas, el resto es cuestión de generar hábitos que luego se repiten mecánicamente sin necesidad de invertir más tiempo:

Sección Verduras 


  • Opciones: Fundas, tarrinas o mallas plásticas, bandejas como de espuma o al granel. 
  • Acciones: ¿Me interesa algún envase para algo más? ¿Sí? Lo elijo. ¿No? Entonces selecciono al granel, pues, si bien esto implica el uso de una funda, esta funda suele ser reutilizable para otras funciones.

Embutidos, carnes o quesos

  • Opciones: Empaques sellados al vacío o bandejas de espuma.
  • Acciones: Estos empaques o bandejas normalmente quedan tan impregnados de sangre o suero, que prefiero el empaque sellado al vacío que es más comprimible.

Lácteos y jugos


  • Opciones: Tetrapack, botellas de vidrio o frascos y fundas de plástico.
  • Acciones: ¿Me interesa la botella o el frasco para algo más? ¿Sí? Lo elijo. ¿No? Prefiero el tetrapack que queda limpio con una enjuagada y listo para el gestor.

Aceite y mantequilla


  • Opciones: Funda, frasco o tarrina plástica, botella de vidrio, papel, lata. 
  • Acciones: Todos estos materiales quedan tan grasosos que es difícil reutilizarlos. La mejor opción, la más comprimible: papel o funda. 

Cereales, fideos, huevos y galletas



  • Opciones: Caja o cubeta de cartón o cubeta o funda plástica. 
  • Acciones: Todos son fáciles de entregar a un gestor.

Mermeladas y conservas


  • Opciones: Funda o frasco de plástico, frasco de vidrio, lata.
  • Acciones: ¿Me sirve el frasco o la lata para algo más? ¿Sí? Lo elijo. ¿No? La funda queda tan melosa que es difícil de entregar a un gestor, pero es comprimible. Los frascos y latas son fáciles de entregar al gestor.

Granos, sal y azúcar



  • Opciones: Fundas plásticas.
  • Acciones: Las fundas no son prácticas para ser reutilizadas pero son fáciles de entregar a un gestor.

sábado, 10 de octubre de 2015

Retomando el control sobre el 80% de mi basura

Dejé de documentar mi búsqueda de una vida más amigable con el medio ambiente hace cuatro años, pero no abandoné el proceso en mi día a día. Retomo el blog porque se cumple un año y medio de lograr algo que creía difícil: tomar el control del destino de los residuos que genera mi familia. Actualmente el 80% de la basura que producimos ya no va al relleno sanitario sino que es introducida en procesos de reciclaje y compostaje.

En estos años el tema de los desechos se convirtió en una de mis principales preocupaciones, especialmente desde que tuve la oportunidad de visitar el relleno sanitario de mi ciudad y tomé conciencia de cómo los desechos formaban un ciclo que, si bien podía ser de contaminación, mal olor y agentes tóxicos, también articulaba una red de empresas recicladoras, intermediarios y 20.000 minadores o chamberos (quienes con su sacrificado trabajo fueron y son la base del reciclaje de mi ciudad y de muchas en Ecuador).

Mi familia (tres adultos) produce 28 kilos de desechos al mes. Es decir, cada uno generamos 0,3 kilos al día. Esto es la mitad de lo que produce un ecuatoriano promedio en la ciudad (0,75 kilos al día por persona). A nivel nacional, el Ministerio del Ambiente estima que “cada bolsa de basura contiene un 61,4% de orgánicos, un 11% de plásticos, un 9,4% de papel y cartón, un 2,6% de vidrio, un 2,2% de chatarra y un 13% de otros desechos”. 

La composición de los desechos que genera mi familia es algo distinta. Tras un monitoreo de tres meses, determiné que el 10% (del peso, porque en volumen es muchísimo más) es papel, cartón, plástico, vidrio y metal (provenientes de envases y empaques) que se pueden recuperar. Un 70% corresponde a materia orgánica (restos de cocina) y el resto es material irrecuperable ya sea por estar muy degradado o corresponder a desechos sanitarios.

El cambio de los hábitos del manejo de los desechos en mi hogar debía cumplir dos requisitos para que me permitieran aplicarlos: no entorpecer el día a día y no generar malos olores o desorden.

El primero paso lo dimos en el 2012 con la decisión de separar el papel, el cartón, el plástico y el vidrio. Para esto la solución fue ubicar cerca de la cocina un tarro grande de plástico donde colocar este material que, al principio, llevaba cada mes adonde un reciclador artesanal, y que, ahora, entregamos a un reciclador que viene a recogerlo a nuestra casa cada semana. 



Hallar el reciclador que recibiera el material no fue difícil. Bastó fijarse en aquellos que ya revisaban a diario las fundas de basura que sacábamos para que se las llevara el carro recolector.

De esta manera, en estos tres años, logramos que cien kilos de material fueran reintroducidos en una cadena de reciclaje. De esto, el 62% es plástico, el 21%, papel y cartón y el 17%, vidrio y metal.
Así se mejoró el destino del 10% de los desechos que genera mi familia.

El segundo paso lo dimos en 2014, cuando decidimos hacer abono con nuestros desechos orgánicos, que comprenden casi el 70% de la basura que producimos. Esto fue posible gracias a que contamos con una huerta. La solución fue armar una compostera siguiendo las lecciones de agroecología impartidas por la Red de Guardianes de Semillas, las mismas que señalan que se deben colocar dos partes de carbono (hojas secas o aserrín) por cada parte de nitrógeno (restos de cocina).


Los desechos los recolectamos en un pequeño tarro ubicado sobre el mesón de la cocina, el mismo que vaciamos cada uno o dos días en la compostera.  Esto permitió también mejorar el destino que dábamos a las hojas secas que caen de los árboles frutales y el césped que se corta en el jardín (eso no se lleva el carro recolector). Siguiendo esta receta, ni siquiera la disposición de restos de mariscos genera mal olor. No hay presencia de moscas y la colocación eventual de una capa de tierra evita la presencia de otros agentes.

Inicialmente pensé que la compostera de siete metros cúbicos se llenaría en un año, pero ahora estimo que eso no sucederá sino hasta dentro de un par de años más. Mientras tanto, ya puedo sacar abono de la base de la compostera.

Así se mejoró el destino del 80% de los desechos que genera mi familia. Más de 350 kilos de basura orgánica se están transformando en abono.

Según datos del Ministerio de Ambiente, en Ecuador se generan cuatro millones de toneladas métricas al año. En 2014, Revista Vistazo estimó que las 11.000 toneladas diarias que produce el país son suficiente basura como para cubrir una cancha de fútbol con una capa de cinco metros. Se supone que para el 2017 Ecuador generará más de cinco millones de toneladas al año, lo que representa un problema tanto de salud como ambiental.

¿Por qué me parece importante que cada familia se responsabilice por el destino de la basura que genera? Son varias razones.

La primera, que el 70% de los residuos se origina en los hogares.

La segunda, que menos del 40% de los hogares ecuatorianos clasifican la basura antes de botarla, según datos de una encuesta realizada por el INEC desde hace varios años. Una vez adquirido el hábito, no incide en la rutina diaria. 

La tercera, que el hecho de que se separe la basura no es suficiente garantía de que ésta entrará en un proceso de reciclaje. Pues, según un artículo publicado por Revista Vistazo en marzo de 2014, “solo uno de cada cuatro municipios cuenta con procesos de recolección diferenciada que eviten que la basura se mezcle en el camión recolector”. Esto hacía que en 2014 apenas se recuperara el 17% de los residuos en el país. Entonces, es importante conectar con el reciclador o punto de acopio.

La cuarta, según el mismo artículo, que solo dos de cada diez cantones depositan sus residuos en rellenos sanitarios. Es decir que mucha de la basura que se lleva el carro de la basura no tiene una disposición final adecuada.

La quinta, que el costo del procesamiento de la basura es elevado. Hace cinco años, Acción Ecológica determinó que manejar una tonelada de basura cuesta 43 dólares. Entonces no es lógico que los municipios gasten dinero en algo que bien manejado podría generar recursos, como ya lo han demostrado en el propio Ecuador los recicladores y la industria, los primeros al encontrar en la basura una fuente de ingresos, y los segundos al transformar los desechos en materia prima más económica.