Dejé de documentar mi búsqueda de una vida más amigable con
el medio ambiente hace cuatro años, pero no abandoné el proceso en mi día a día.
Retomo el blog porque se cumple un año y medio de lograr algo que creía difícil:
tomar el control del destino de los residuos que genera mi familia. Actualmente
el 80% de la basura que producimos ya no va al relleno sanitario sino que es
introducida en procesos de reciclaje y compostaje.
En estos años el tema de los desechos se convirtió
en una de mis principales preocupaciones, especialmente desde que tuve la
oportunidad de visitar el relleno sanitario de mi ciudad y tomé conciencia de
cómo los desechos formaban un ciclo que, si bien podía ser de contaminación,
mal olor y agentes tóxicos, también articulaba una red de empresas
recicladoras, intermediarios y 20.000 minadores o chamberos (quienes con su
sacrificado trabajo fueron y son la base del reciclaje de mi ciudad y de muchas
en Ecuador).
Mi familia (tres adultos) produce 28 kilos de desechos al
mes. Es decir, cada uno generamos 0,3 kilos al día. Esto es la mitad de lo que
produce un ecuatoriano promedio en la ciudad (0,75 kilos al día por persona). A
nivel nacional, el Ministerio del Ambiente estima que “cada bolsa de basura contiene un 61,4% de
orgánicos, un 11% de plásticos, un 9,4% de papel y cartón, un 2,6% de vidrio,
un 2,2% de chatarra y un 13% de otros desechos”.
La composición de los desechos que genera mi familia es
algo distinta. Tras un monitoreo de tres meses, determiné que el 10% (del peso,
porque en volumen es muchísimo más) es papel, cartón, plástico, vidrio y metal (provenientes
de envases y empaques) que se pueden recuperar. Un 70% corresponde a materia
orgánica (restos de cocina) y el resto es material irrecuperable ya sea por
estar muy degradado o corresponder a desechos sanitarios.
El cambio de los hábitos del manejo de los desechos en mi
hogar debía cumplir dos requisitos para que me permitieran aplicarlos: no entorpecer el día a día y no generar malos
olores o desorden.
El primero paso lo dimos en el 2012 con la decisión de
separar el papel, el cartón, el plástico y el vidrio. Para esto la solución fue
ubicar cerca de la cocina un tarro grande de plástico donde colocar este material que, al principio, llevaba
cada mes adonde un reciclador artesanal, y que, ahora, entregamos a un reciclador
que viene a recogerlo a nuestra casa cada semana.
Hallar el reciclador que recibiera el material no fue difícil. Bastó fijarse en aquellos que ya revisaban a diario las fundas de basura que sacábamos para que se las llevara el carro recolector.
De esta manera, en estos tres años, logramos que cien kilos de material fueran reintroducidos en una cadena de reciclaje. De esto, el 62% es plástico, el 21%, papel y cartón y el 17%, vidrio y metal.
Así se mejoró el destino del 10% de los desechos que
genera mi familia.
El segundo paso lo dimos en 2014, cuando decidimos hacer
abono con nuestros desechos orgánicos, que comprenden casi el 70% de la basura
que producimos. Esto fue posible gracias a que contamos con una huerta. La solución fue armar una compostera siguiendo las lecciones de agroecología impartidas
por la Red de Guardianes de Semillas, las
mismas que señalan que se deben colocar dos partes de carbono (hojas secas o
aserrín) por cada parte de nitrógeno (restos de cocina).
Los desechos los recolectamos en un pequeño tarro ubicado sobre el mesón de la cocina, el mismo que vaciamos cada uno o dos días en la compostera. Esto permitió también mejorar el destino que dábamos a las
hojas secas que caen de los árboles frutales y el césped que se corta en el jardín (eso no se lleva el carro recolector).
Siguiendo esta receta, ni siquiera la disposición de restos de mariscos genera mal olor. No hay presencia de moscas y la colocación eventual de una
capa de tierra evita la presencia de otros agentes.
Inicialmente pensé que la compostera de siete metros cúbicos se
llenaría en un año, pero ahora estimo que eso no sucederá sino hasta dentro de
un par de años más. Mientras tanto, ya puedo sacar abono de la base de la
compostera.
Así se mejoró el destino del 80% de los desechos que
genera mi familia. Más
de 350 kilos de basura orgánica se están transformando en abono.
Según datos del Ministerio de Ambiente,
en Ecuador se generan cuatro millones de toneladas métricas al año. En 2014,
Revista Vistazo estimó que las 11.000 toneladas diarias que produce el
país son suficiente basura como para cubrir una cancha de fútbol con una capa
de cinco metros. Se supone que para el 2017 Ecuador generará más de cinco millones
de toneladas al año, lo que representa un problema tanto de salud como ambiental.
¿Por qué me parece importante que cada familia se
responsabilice por el destino de la basura que genera? Son varias razones.
La primera, que el 70% de los residuos
se origina en los hogares.
La segunda, que menos del 40% de los hogares ecuatorianos
clasifican la basura antes de botarla, según datos de una encuesta realizada por el INEC desde hace varios años. Una vez adquirido el hábito, no incide en la rutina diaria.
La tercera, que el hecho de que se separe la basura no es
suficiente garantía de que ésta entrará en un proceso de reciclaje. Pues, según
un artículo publicado por Revista Vistazo en marzo de 2014, “solo uno de cada
cuatro municipios cuenta con procesos de recolección diferenciada que eviten
que la basura se mezcle en el camión recolector”. Esto hacía que en 2014 apenas
se recuperara el 17% de los residuos en el país. Entonces, es importante conectar con el reciclador o punto de acopio.
La cuarta, según el mismo artículo, que solo
dos de cada diez cantones depositan sus residuos en rellenos sanitarios. Es
decir que mucha de la basura que se lleva el carro de la basura no tiene una
disposición final adecuada.
La quinta, que el costo del
procesamiento de la basura es elevado. Hace cinco años, Acción Ecológica
determinó que manejar una tonelada de basura cuesta 43 dólares. Entonces no es lógico que los municipios gasten dinero en algo que bien manejado podría generar recursos, como ya lo han demostrado en el propio Ecuador los recicladores y la industria, los primeros al encontrar en la basura una fuente de ingresos, y los segundos al transformar los desechos en materia prima más económica.