Ojos que no ven, corazón que no siente. Y con la basura no
puede ser más cierto. El lío con los desechos es que nadie los quiere ver, y
como se los esconde, no existen. Y como no existen, es muy difícil estar
consciente de los problemas que pueden generar después de que los sacamos en
una funda a la calle. En mi caso, el proceso tomó unos tres años, pero
básicamente fueron tres momentos los que me hicieron ver la basura de otra
manera.
Desde ahí empecé una política de no empaques ni fundas
innecesarios (rechazar las fundas de
plástico que los cajeros en este país tienen la costumbre de enchufar como
cortesía). ¿Cuán efectiva es esta política? Pues se mide en la cantidad de
empaques que regresan en mi mochila cada día porque, salvo que un desecho esté
tan sucio que se vuelva imposible de transportar, trato de llevar toda la
basura que genero durante el día de regreso a mi casa (no confío en los tarros
de separación de basura de sitios públicos porque varias veces he visto que
finalmente todo termina mezclado. Sería un lavado de conciencia que no me convence). Así, mientras menos empaques y fundas acepto, menos cargo. Y
es que cargar los desechos propios es parte, no solo de hacerse responsable de ellos
y su destino, sino también de tomar conciencia de su volumen.
Esa lección la aprendí en una comunidad aislada de
pescadores en Manabí cuando la profesora me dijo que prefería cocinar con ramas
secas antes que con gas porque le era muy difícil transportar el tanque los kilómetros
que separaban el caserío de la carretera y que algo similar le pasaba con la
basura, que por eso evitaba los plásticos, los cuales no podía enterrar ni
quemar (como hacía con los restos orgánicos o el papel) y debía almacenar para luego
llevarlos (a pie o en camioneta si tenía suerte) a botar en el basurero de la
carretera. Su visión era la de alguien que no tiene la comodidad del carro
recolector, de alguien que a diario se hace cargo del destino y volumen de su
basura. De alguien que sabe que el problema de la basura no lo soluciona al
ponerla en el tacho (lo entendí más claramente cuando vi el tamaño de la bolsa
con los desechos que había generado yo en los cuatro días que estuve en esa
comunidad, y tuve que llevarlos al basurero de la carretera). Entendido esto, no
me extrañó encontrarme tiempo después con un grupo de madres de familia de
Calderón que preferían compostar sus desechos orgánicos a cargarlos por una
larga cuesta intransitable hasta el basurero más cercano. Y es que a veces no
es la conciencia ecológica la que sostiene los hábitos ecológicos, son el
sentido común y el ahorro de esfuerzo.
El tercer momento fue cuando visité durante una mañana el relleno sanitario de mi ciudad. Sin importar cómo se maneje el lugar o lo que hagan para tratar de mejor manera la basura, salí enferma, con dolor de cabeza, náusea y molestias en el estómago (ni el soroche me ha hecho sentir peor). Me tomó toda la tarde dejar de percibir el olor dulzón de la basura impregnado a mi nariz y volver a sentirme bien. De corazón entendí que, salvo por el basural clandestino, no había peor destino para un desecho que ese. Y mi basura iba a ese lugar, por lo que también era mi responsabilidad. Desde ese día decidí que el relleno sanitario debía ser la última opción y para lograrlo debía retomar el control sobre la basura que generaba.
Empecé buscando qué destino responsable le podía dar a mis desechos: plástico de varios tipos, papel, cartón, metal, vidrio, tela, restos orgánicos, baterías, focos... Así di con las listas de gestores ambientales, pero estos, aunque prácticamente reciben de todo, no siempre son accesibles ya sea por su ubicación o por la cantidad mínima del desecho específico que reciben. Además, no podía pasarme el día buscando qué hacer con cada tipo desecho. Entonces decidí invertir la lógica: en lugar de buscar un destino para cada desecho, busqué aquellos productos envasados en los materiales que más fácilmente pudiera descartar responsablemente.
Así quedó una adaptación informal de las tres R:
1. Reducir: Si genero menos desechos, debo buscar un destino responsable para menos desechos. Menos volumen, menos tiempo, menos trabajo.
Sección Verduras
- Opciones: Fundas, tarrinas o mallas plásticas, bandejas como de espuma o al granel.
- Acciones: ¿Me interesa algún envase para algo más? ¿Sí? Lo elijo. ¿No? Entonces selecciono al granel, pues, si bien esto implica el uso de una funda, esta funda suele ser reutilizable para otras funciones.
Embutidos, carnes o quesos
- Opciones: Empaques sellados al vacío o bandejas de espuma.
- Acciones: Estos empaques o bandejas normalmente quedan tan impregnados de sangre o suero, que prefiero el empaque sellado al vacío que es más comprimible.
Lácteos y jugos
- Opciones: Tetrapack, botellas de vidrio o frascos y fundas de plástico.
- Acciones: ¿Me interesa la botella o el frasco para algo más? ¿Sí? Lo elijo. ¿No? Prefiero el tetrapack que queda limpio con una enjuagada y listo para el gestor.
Aceite y mantequilla
- Opciones: Funda, frasco o tarrina plástica, botella de vidrio, papel, lata.
- Acciones: Todos estos materiales quedan tan grasosos que es difícil reutilizarlos. La mejor opción, la más comprimible: papel o funda.
Cereales, fideos, huevos y galletas
- Opciones: Caja o cubeta de cartón o cubeta o funda plástica.
- Acciones: Todos son fáciles de entregar a un gestor.
Mermeladas y conservas
- Opciones: Funda o frasco de plástico, frasco de vidrio, lata.
- Acciones: ¿Me sirve el frasco o la lata para algo más? ¿Sí? Lo elijo. ¿No? La funda queda tan melosa que es difícil de entregar a un gestor, pero es comprimible. Los frascos y latas son fáciles de entregar al gestor.
Granos, sal y azúcar
- Opciones: Fundas plásticas.
- Acciones: Las fundas no son prácticas para ser reutilizadas pero son fáciles de entregar a un gestor.